Dido y Eneas, Acis y Galatea, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Peleas y Melisande… Son solo algunas de las muchas parejas cuyas historias de amor, nacidas en la mitología, la leyenda, la historia y la literatura, han inspirado a músicos de todas las épocas. Si bien la ópera se lleva la palma y no tiene competencia, estas ilustres parejas han dado título también a oberturas, poemas sinfónicos, música incidental, música para ballet, cantatas, etc.
Pero si hay que hablar de una historia de amor esencialmente musical esa es la de Orfeo y Eurídice. Y lo es por varios motivos: porque el mito de Orfeo está relacionado con la esencia, el valor y el poder de la música; tuvo mucho que ver con el nacimiento de la ópera (L’Euridice de Peri y, sobre todo, L’ Orfeo de Monteverdi) a principios del XVIII, y porque inspiró la ópera reformó y renovó el género a finales del XVIII (Orfeo y Eurídice de Gluck).
Orfeo y Eurídice en la génesis de la ópera
La ópera no apareció de repente con L’ Orfeo o La fábula de Orfeo de Monteverdi. El nacimiento del género fue el fruto de una serie de tentativas y, curiosamente, casi todas ellas en torno al mito de Orfeo. Para situarnos, Eurídice de Jacopo Peri se estrenó en 1600; Eurídice de Giulio Caccini, en 1602 y La fábula de Orfeo de Claudio Monteverdi en 1607. Pero fue Monteverdi (1582-1643) el que dio en el clavo.
Un mito para innovar
Tanto Peri (1561-1633) como Caccini (1551-1618) pertenecían a la Camerata Fiorentina o Camerata Bardi, un grupo de humanistas, poetas y músicos que a finales del XVI se reunían en el Palazzo de Giovanni de’ Bardi y hacían propuestas para mejorar las artes, especialmente el teatro y la música. Pensaban que la música de la época estaba corrompida y que la polifonía hacía ininteligibles los textos cantados, así que pusieron todo su empeño en recrear el teatro de la Antigua Grecia. Unos mantenían que en el teatro griego solo cantaba el coro y otros que se cantaba todo el texto, es decir, que los actores principales también cantaban. Así que se empezó a trabajar en un canto solista que destacara sobre todo la rítmica de las palabras, algo que estuviera entre el canto y la declamación. Así nació el recitativo, que Jacopo Peri utilizó ampliamente en su ópera Eurídice y que servirá para mover la acción dramática entre arias y coros. Eurídice se compuso para festejar una boda sonada, la de Enrique IV de Francia y María de Medici. A esta boda asistió Vicenzo Gonzaga, Duque de Mantua, que poco después encargó a Monteverdi la composición de L’Orfeo.
El poder de la música
Desde luego, que un mito relacionado con la música haya sido el punto de partida de un género musical como la ópera resulta de lo más apropiado. Orfeo era músico, poeta, sabio, filósofo y con su música era capaz de dominar la naturaleza. De hecho, La Música, personificada, protagoniza el prólogo del Orfeo de Monteverdi con estas palabras: “Soy yo, la música, quien con sus dulces acentos sabe apaciguar los corazones alterados y puede inflamar de cólera o de amor los espíritus más fríos.“
Orfeo conoce a Eurídice
Orfeo era hijo de la musa Calíope y del dios de la música, Apolo, que le regaló una lira. El canto de Orfeo tenía el don de la belleza y el poder de embelesar y prácticamente hechizar a dioses, hombres y a la misma naturaleza. Y fue con música como enamoró a Eurídice. Ambos se amaban y se casaron. Y en este punto comienza la historia de amor que tanto ha gustado a músicos, pintores, escultores y poetas. La dicha dura poco. Eurídice muere mordida por una serpiente y una mensajera le da la mala noticia.
Y la sigue hasta el mismísimo infierno
Orfeo, dispuesto a todo por recuperarla, la sigue a los infiernos. Con sus cantos ablanda a las deidades del Hades que le devuelven a su amada con una condición: Eurídice caminará tras él, pero si Orfeo vuelve la vista atrás, la perderá de nuevo. Están a punto de conseguirlo, pero Orfeo no resiste la atención, la mira y… Eurídice muere por segunda vez y, por segunda vez, Orfeo es el más desventurado de los amantes.
Una historia de amor eterno y un final feliz
Hay muchas versiones de la leyenda y de la muerte de Orfeo, una de ellas cuenta que Orfeo regresa solo a la tierra y no quiere compañía humana y que unas mujeres de Tracia, hartas de sus rechazos, lo despedazan… Monteverdi, como también habían hecho Peri y Caccini, optó por un desenlace menos funesto (no era lo apropiado para los eventos en que se estrenaban). Apolo concede la inmortalidad a los amantes que podrán contemplarse el uno al otro como estrellas en el cielo.
La importancia de L’Orfeo
Monteverdi emplea todos sus recursos de buen compositor. Agranda la orquesta, utiliza los instrumentos por timbres en función de la necesidad dramática, introduce números de solistas, dúos, conjuntos y coros… Además, por primera vez, los músicos no se colocan a la vista del público, sino detrás del decorado. Con el tiempo irían a parar al foso, que es donde los vemos cuando vamos a la ópera. 155 años después el compositor C. Gluck creo otra ópera en torno en torno a Orfeo que fue fundamental en la historia del género.
Y otro Orfeo reformó la ópera
Christoph Willibald Gluck (1714-1787), fue el reformador de la ópera francesa. Nos situamos en la inflexión del barroco y el clasicismo. Durante el barroco la ópera tuvo un gran desarrollo y con el éxito llegaron los excesos. Demasiados artificios, al parecer de Gluck. Los cantantes eran vanidosos y desvirtuaban las melodías con ornamentos desmesurados. Gluck establece unos nuevos preceptos para lograr equilibrio y bella simplicidad en la música y esta reforma ya empieza a sentirse y a escucharse en su Orfeo y Eurídice, que se estrenó en Viena en 1762 en su versión italiana y en la Académie Royale de Musique en 1774 en su versión francesa.
¿Y qué haré sin Euridice?
En Orfeo y Eurídice de Gluck encontramos una de las arias más conmovedoras de la historia de la ópera, “Che farò senza Euridice” o “J’ai perdu mon Eurydice”, según la versión. Es cuando Orfeo ha perdido a Eurídice por segunda vez y se dice que no podrá vivir sin ella. El aria representa los nuevos valores de Gluck: líneas melódicas bellas y sencillas, equilibrio y nada de artificios. El papel de Orfeo fue creado para un castrato en la versión italiana y para un tenor alto en la francesa. A lo largo de la historia lo han interpretado grandes mezzosopranos, contratenores y tenores, en función de la versión.
Un final feliz más terrenal
Gluck también pensó que la leyenda mitológica debería tener un final feliz, así que después de escuchar el triste lamento de Orfeo, el Dios amor se compadece. Pero los amantes no se convierten en estrellas, como ocurría en la ópera de Monteverdi, sino que disfrutarán de su vida juntos en la tierra.
Y otros famosos Orfeos
Hay más Orfeos en la Historia de la Música: El descenso de Orfeo a los Infiernos de Charpentier, el Orfeo de Haydn, la cantata La muerte de Orfeo de Berlioz o el poema sinfónico Orpheus de Liszt en el que dos arpas representan la lira de Orfeo y su canto. Liszt lo compuso después de ver una función de Orfeo y Eurídice de Gluck, pero se inspiró también en una representación de Orfeo en un vaso etrusco del Louvre. Autores del siglo XX como Milhaud o Henze también han compuesto obras en torno a Orfeo, y Kurt Weill cuenta con una obra titulada El nuevo Orfeo. Stravinski también dedicó un ballet al mito, Orpheus, que tuvo un gran éxito.
El Orfeo más sarcástico
Pero Orfeo ha dado mucho de sí en la música hasta el punto de convertir su trágica historia de amor en una divertida parodia. Es lo que ocurre en la famosa opereta Orfeo en los Infiernos, de Jacques Offenbach (1819-1880), que se estrenó en París en 1858. Aquí Orfeo y Eurídice no son una pareja feliz. Orfeo es violinista y Eurídice odia que toque el violín. Prefiere la compañía de Aristeo, que es Plutón disfrazado de pastor. Cuando Plutón intenta llevársela al Hades, la Opinión Pública, que es un personaje, obliga a Orfeo a que vaya a por ella. Aunque en este caso, Orfeo no tiene ninguna gana. Cuando están de regreso, Júpiter lanza un rayo y devuelve a Eurídice a los infiernos. La obertura de esta opereta nos ha brindado un pasaje musical muy popular, su famoso cancán.
Inmaculada López