Cerca de 2000 personas disfrutaron el 8 de marzo de los mejores compositores españoles en el Auditorio Nacional
Manuel de Falla volvió a embrujarnos. Un siglo después del estreno de obras como La vida breve o El amor brujo, su música nos emociona, nos arrastra, nos remueve, especialmente cuando se nos muestra con todos sus elementos: la modernidad y la tradición fusionadas gracias a su genio creativo. Porque Manuel de Falla incluyó en la complejidad de sus partituras el sonido de la guitarra flamenca, las voces de los cantaores y el baile flamenco. Y con este espectáculo completo se presentó el 3º concierto de abono de la Orquesta Metropolitana de Madrid, el Coro Talía y su directora titular Silvia Sanz, al que se sumaron los bailarines Sara Chamorro y Víctor Donoso, el cantaor Matías López “El Mati” y el guitarrista David Durán. Cerca de 2000 personas pudieron disfrutar el pasado 8 de marzo de la mejor música de Falla y de los mejores compositores españoles.
Fue un sábado primaveral, un auténtico respiro en este invierno lluvioso que aún está por terminar. Muchos madrileños decidieron disfrutar del aire libre. Y otros… otros se reunían al calor del sol poco antes de las 12 del mediodía en la plaza que da entrada al Auditorio Nacional de Príncipe de Vergara dispuestos a disfrutar del Concierto ‘Falla y su tiempo’: un programa con destacadísimas obras de Manuel de Falla y de otros compositores de su época, una de las etapas más creativas de la música española; y un programa también ambicioso por su dificultad que la batuta de Silvia Sanz mantuvo en alto de principio a fin.
De la zarzuela a la ópera española
Silvia Sanz salió al escenario, como suele acostumbrar, sin partituras e inició el concierto con uno de los mejores preludios que ha dado nuestra zarzuela, el de El tambor de granaderos de Ruperto Chapí, que llegó a ser maestro de Falla cuando el compositor se trasladó a Madrid para estudiar música. Por su magnífica construcción se ha convertido también en una obra que se te toca de forma independiente en conciertos. Una buena elección como punto de partida de un programa que nos iba a tener bien despiertos hasta la hora de comer. La segunda obra, de un carácter mucho más dulce, también pertenecía al mundo de la zarzuela, el Coro de románticos de Doña Francisquita, una zarzuela que nos sitúa en el Madrid del siglo XIX. Es la zarzuela más internacional de Amadeo Vives con quien Manuel de Falla colaboró en su juventud.
El mundo imaginado de Granados
Después llegó el envolvente lirismo de la música de Granados con el famoso Intermezzo de su ópera Goyescas, otra pieza que se ha escapado de la ópera a la que pertenece para interpretarse habitualmente en concierto. En 2015 se cumplirán 100 años de su composición y Nueva York recordará el centenario de su estreno con la reposición de esta ópera inspirada en el ambiente castizo de majas y majos retratado por Goya. De Goyescas, con la intervención del Coro Talía, se interpretó también El fandango, una danza en la que las voces masculinas marcan los pasos del baile al mismo tiempo que con sus palabras, entrecortadas por la figuración rítmica, elogian la figura y la gracia de la bailarina y las voces femeninas entonan la copla en la que explican lo que debe saber una maja: “querer y olvidar al que olvidó”.
Homenaje a Lorca
A continuación, el público pudo escuchar el sugerente comienzo de la siguiente pieza… La melodía de una antigua canción sonaba al mismo tiempo que otra. ¿La luna es un pozo chico? ¿De los cuatro muleros? Así se iniciaba el estreno absoluto de la Fantasía sobre canciones populares españolas compuesta por Alejandro Vivas en homenaje al poeta Federico García Lorca y en recuerdo a las canciones populares que recopiló y grabó con La Argentinita en 1931. A lo largo de la obra es escucharon fragmentos de Los cuatro muleros, Anda jaleo, El Café de Chinitas y Zorongo (La luna es un pozo chico). Lorca y Falla fueron amigos y colaboradores y el asesinato del poeta supuso un duro golpe para el compositor.
Manuel de Falla: música, danza, genio
La energía y la riqueza de colores y atmósferas de la música de Joaquín Turina puso fin a la primera parte con Orgía, la tercera de sus Danzas fantásticas. La segunda parte estuvo dedicada plenamente a Falla. Se inició con la Danza del Terror de El amor brujo, esa obra de la que dijo Falla que había hecho algo distinto, nuevo, raro y que no sabía cómo iba a reaccionar el público. Pues bien, 100 años después se mantiene el embrujo, y así ocurrió el sábado también, especialmente, en la Danza ritual del fuego, con la salida a escena de Sara Chamorro (Carmela) y Víctor Donoso (el fantasma celoso), elegantes, seductores, que interpretaron una de las más famosas escenas del ballet.
De El amor brujo a El sombrero de tres picos
El concierto siguió con otro de los grandes ballets de Falla, El sombrero de tres picos, una de las obras más importantes para danza del siglo XX. Se estrenó en Londres por los Ballets Rusos de Diaguilev, con figurines y decorados de Pablo Picasso y coreografía de Massine, que interpretó al molinero. Se escogió para el programa la Suite nª 2 que comienza con la Danza de los vecinos (Seguidillas), y sigue con la Danza del molinero (Farruca) a la que se sumó magistralmente el bailarín Víctor Donoso. La suite termina con la Jota y la participación de nuevo de la pareja de bailarines. La fuerza de la música y la enérgica, vibrante y alegre danza de la jota hicieron que a muchos les recorriera por el cuerpo más de un escalofrío de emoción. Sara Chamorro y Víctor Donoso son primeros bailarines en la Compañía de Danza de Antonio Márquez y el verano pasado participaron en la representación de El sombrero de tres picos en los Proms del Royal Albert Hall de Londres. En el Auditorio Nacional no solo demostraron su excelente nivel técnico sino su capacidad de emocionar.
Cante y baile para La vida breve
Y la emoción fue a más en un programa diseñado en continuo ascenso. Se reservaron para el final varios números del II Acto de la ópera La vida breve de Falla, una obra de juventud premiada por la Academia de Bellas Artes de San Fernando pero que no consiguió estrenar en nuestro país hasta muchos años después de su creación. Meses después del estreno en París se estrenó en España en 1914, hace justamente un siglo. Para el concierto se escogió la escena con la que comienza el primer acto en el que se representa la fiesta de la boda de Carmela y Paco en el patio de una casa granadina, una fiesta con muchos invitados en la que no podía faltar ni el cante ni el baile con sus taconeos y castañuelas. Fue el momento de la salida a escena del guitarrista David Durán y el cantaor Matías López “El Mati” que entonó el “Yo canto por soleares a Carmeliya y a Paco y al recuerdo de sus pares”, mientras el coro, que representa a los invitados, jaleaba a los novios y a los músicos que animan la fiesta en un maremágnum de “vivas”, “oles”, “olés” ,“ole ya”, “canta, niño”, “sigue Pepe” o “arsa niñas y a bailar”, milimétricamente encajado por Falla en la partitura para representar, sin embargo, la espontaneidad de una fiesta y consiguiendo una efecto sorprendente y espectacular. Y así, animada por el coro, Sara Chamorro volvió de nuevo al escenario y todas las miradas del público se clavaron en ella mientras nos bailó la Danza Española, toda ella sensualidad y arrojo.
Bis por soleares y jota final
Orquesta y coro pusieron el broche final del concierto con la Danza del segundo cuadro. La fiesta continúa mientras imaginamos a la gitana Salud a punto de entrar en la casa porque acaba de comprobar que su amado se ha casado con otra de su clase. El coro toca palmas y canta sin texto alguno, como un instrumento más de la orquesta hasta llegar al apoteósico y brusco final con que terminó el concierto.
Fueron intensos y prolongados los aplausos y fue un concierto sin respiro, con garra, pasión y mucha entrega de los intérpretes y, por supuesto, del público cuyos aplausos se agradecieron con un bis de cantaor y guitarrista que en solitario improvisaron sobre las soleares de La vida breve y que Silvia Sanz enlazó con la Jota de El sombrero de tres picos y una última intervención de los bailarines.
No se podía terminar de otra manera que con la alegría que contagia esa jota. Y así nos marchamos todos contentos, muy contentos. Y sobre todo, felices.
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