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La ganadora del 13º Certamen Intercentros Grado Profesional interpretó el Concierto para violín de Mendelssohn
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La Sinfonía Italiana de Mendelssohn y La victoria de Wellington de Beethoven completaron el programa del sábado 29 de octubre
Estrenar temporada es siempre muy emocionante. Es dar el primer paso de un nuevo camino por recorrer, el de los cuatro conciertos del sexto ciclo de abono que organiza el Grupo Concertante Talía en el Auditorio Nacional de Música. La cita fue el sábado 29 de octubre en la Sala Sinfónica. Había que empezar con buen pie y hacer de este primer encuentro un concierto muy especial, y lo fue por la suma de varios factores: la belleza de la música de Mendelssohn, cuyo nombre daba título al programa; la joven violinista Cristina Cubas Hondal, que interpretó el exigente Concierto para violín en mi menor de este compositor; el valiosísimo violín Matteo Goffriller de casi 300 años con el que tocó; los protagonistas de la temporada, la Orquesta Metropolitana de Madrid y su directora titular Silvia Sanz Torre, entregados e ilusionados, como siempre; y, por supuesto, el público, cálido y cercano, parte ya de la familia del Grupo Concertante Talía.
Mendelssohn protagonista y Beethoven como invitado
El programa llevaba por título Mendelssohn: sensibilidad y equilibrio e incluía el Concierto para violín en mi menor y la Sinfonía nº 4 “Italiana”. Pero, aunque la exquisita música de Felix Mendelssohn era el plato principal de este concierto, hubo un invitado especial en este banquete: Beethoven. Su obra La victoria de Wellington fue el aperitivo que sirvió para abrir boca. La pieza había sido elegida por votación a través de redes sociales a partir de varias propuestas. Su música commemora la victoria sobre Napoléon del Duque de Wellington, al mando de las tropas inglesas, españolas y portuguesas en la conocida como batalla de Vitoria en 1813. El principal entretenimiento de esta obra es reconocer melodías muy populares que representan a los distintos bandos, como la canción francesa «Mambrú se fue a la guerr»a o la inglesa «God save the King». Silvia Sanz Torre escenificó el enfrentamiento de los dos ejércitos colocando a los dos trompetas en lados opuestos en la parte superior de los bancos del coro.
Presentación en el Auditorio Nacional
Fue noche especial para la violinista santanderina
Cristina Cubas Hondal. No, seguramente fue un día especial. Quizá más. Todos estos días y semanas previas al concierto han sido muy especiales: días de cambios, de novedades, de expectativas. Cristina Cubas Hondal, que cumplió 18 años el pasado mes de abril, hace muy poco que se ha venido a vivir a Madrid para cursar estudios superiores. Se presentaba por primera vez en el Auditorio Nacional de Música y ante el público madrileño. Lo hacía en calidad de ganadora del
13 º Certamen Nacional Intercentros Melómano Grado Profesional, pues el premio incluye un concierto junto a la Orquesta Metropolitana en el Auditorio como apoyo al inicio de su carrera. Y además tocó con un violín construido en Venecia en la década de 1730 por el lutier Matteo Gofrriller, uno de los fundadores de la Escuela Veneciana.
El violín que llegó de Suiza
El violín llegó de Suiza hace unas semanas expresamente para este concierto y ahora ha vuelto a su lugar de residencia. La casa de lutería
Solé Luthier, con sede en Barcelona, gestionó su cesión gracias a su asociación con
The Guarnery Society, que le permite la cesión de instrumentos de alta gama a jóvenes talentos. De esta forma, no solo los apoya, sino que contribuye a difundir la importancia del arte de la lutería. Todo suma y un buen intérprete es mucho más con un buen instrumento. El valor del violín cuyo sonido pudimos disfrutar con el concierto de Mendelssohn, ronda, según el responsable de Solé Luthier, los tres cuartos de millón de euros. Daba miedo pensarlo y es de suponer que para Cristina Cubas Hondal ha tenido que ser toda una experiencia disfrutarlo durante estas semanas. El violín, si pudiera, también daría las gracias, pues un instrumento necesita siempre ser tocado. Otras músicas y otras manos le esperarán ahora. El caso es que pudimos ver y escuchar en el escenario dos grandes valores: el de un violín con casi 300 años de historia y el de una joven violinista en el principio de su carrera.
Rojo, blanco y negro
Cristina Cubas Hondal salió al escenario con un elegante vestido rojo, de líneas sencillas pero de color tan vivo que contrastaba alegremente con los fracs de los músicos. De gesto dulce y figura menuda, la joven solista se hizo más grande en cuanto comenzó a tocar. A sus 18 años tiene ya experiencia de conciertos, seguridad, destreza, un saber estar en el escenario y, lo que es más importante, una bella expresión musical y un fraseo cuidado, demostrando gran madurez en su interpretación.
A su lado, Silvia Sanz, la arropó en su estreno. Llevaba la directora titular del GCT un traje también con historia, no tan larga como la del violín veneciano, pero sí con un gran significado personal para ese día y ese concierto… un elegante encaje negro cubría parte de un vestido blanco, el vestido de novia que lució su madre 50 años atrás. Y es que dos días después del concierto, el 31 de octubre, Juan y Maruchi, tan vinculados al GCT desde su creación, celebraban sus bodas de oro.
Un concierto exigente como lo es el de Mendelssohn, va más allá del virtuosismo y del dominio técnico. Hay que saber transmitir pasión en unos momentos, dulzura y delicadeza en otros… Y todo eso se vio y se sintió. Cristina cerraba muchas veces los ojos como para unir su alma a la del violín; otras, desbordaba energía y empujaba arco arriba hasta terminar la frase dejando su brazo en alto, apuntando el arco al cielo, elevándose. Sabe lo que quiere hacer y lo que quiere lograr y, cuando toca, nos dice cosas. Tiene mucho tiempo por delante y mucho por conseguir. Esto es solo el comienzo.
La joya del corazón
El Concierto para violín de Mendelssohnes una obra que se disfruta de principio a fin. Desde el comienzo atrapa, envuelve, sugiere, cautiva… Queda uno prendido de sus melodías, abrazado en el primer movimiento, acariciado en el segundo, arrastrado por los diálogos entre solista y orquesta… Lo compuso Mendelssohn para su amigo y violinista Ferdinand David, concertino de la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, que dirigía el compositor. Se estrenó en 1845, pero Mendelssohn no lo pudo dirigir por problemas de salud. Sí lo dirigió un par de años más tarde cuando lo tocó otro gran violinista, Joseph Joachim, entonces adolescente. Muchos años después, cuando ya era un anciano, Joachim definió este concierto como “la joya del corazón”. Y de corazón aplaudió el público tanto a la solista como a la orquesta y directora. La joven violinista obsequió al público con un bis en solitario: música de J. B. Bach, delicadamente interpretada, que arrancó de nuevo los bravos de los asistentes.
Sinfonía Italiana
Y después del emotivo
Concierto para violín llegó la fantástica
Sinfonía nº 4 “Italiana”, alegre, brillante, optimista. En la música de Mendelssohn, el “romántico clasicista”, como lo llamaba Alfred Einstein, convive el equilibrio clásico y el espíritu romántico. Pero una música alegre no tiene por qué ser música banal o fácil. La
Sinfonía Italiana, de escritura impecable, es una obra de elevada dificultad, un reto más superado por la
Orquesta Metropolitana de Madrid que, con su directora
Silvia Sanz a la cabeza, inicia su VI temporada en el Auditorio Nacional sumando a su repertorio otra de las grandes obras de la música clásica. Cumplidos ya cinco años desde su fundación, la Orquesta Metropolitana demuestra una evolución importante en muchos aspectos, como por ejemplo, el sonido y empaste de la cuerda.
Como en el Concierto para violín, la sinfonía está salpicada de melodías y armonías sugerentes y de gran belleza. El primer movimiento fue de una alegría contagiosa. Llegó el segundo. Mendelssohn se inspiró en una procesión religiosa que pudo ver en Nápoles y sobre el rítmico ostinato de los contrabajos escuchamos en la orquesta una dulce melodía entre popular y poética. El tercero era un minueto al estilo clásico. Y con el último movimiento, el Saltarello, la sinfonía llegó a su punto final con la entusiasta alegría con que había comenzado. Tras calurosos aplausos, Silvia Sanz Torre y La Metropolitana volvieron a danzar, está vez mecidos al ritmo de la Danza Húngara nº 1 de Brahms, cálido cierre para el primer concierto de la temporada.
Atreverse con la clásica.
El público disfrutó del programa y de la belleza de las obras seleccionadas. El lema de este concierto era “Atrévete con la clásica” y estaba dirigido a todos aquellos que venían por primera vez a un concierto o que van solo de vez en cuando; a los que solo se atreven con una
Novena o una
Quinta de Beethoven, un
Réquiem de Mozart o de Verdi, un
Carmina Burana de Carl Orff o un recital lírico en el que suenan esas arias y romanzas que les gustan, que les suenan porque son las que más se escuchan en la radio o en la televisión; o a los que solo se atreven a ir a un concierto cuando se programa música de cine o de otros estilos que les resultan más familiares y cercanos. No hace falta ser un entendido para disfrutar de la música clásica y hay muchos otros autores y muchísimas, pero muchísimas obras, que se pueden disfrutar. El
Concierto para violín y la
Sinfonía Italiana de Mendelssohn son un claro ejemplo.
Ojalá este concierto pueda haber sido para alguno un punto de partida. Todo es empezar. La segunda cita de la temporada, Singing America (baladas, pop y rock sinfónico), será el próximo 29 de diciembre con grandes éxitos de la música americana. Las entradas vuelan. Pero habrá dos conciertos más para “atreverse con la clásica”, uno dedicado a Mahler y a su Sinfonía nº 2 «Resurrección»; y el cuarto y último, con obras del siglo XX de Stravinski, Shostakovich, Bernstein (El pájaro de fuego, la Suite de jazz, On the town…), música con la que todo tipo de público podrá disfrutar y emocionarse.
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