A lo largo de la historia de la música son innumerables los casos en los que compositores han tenido que plegarse a los deseos de aquellos que encargaban sus composiciones: reyes, príncipes, cardenales…

Ante la innegable ventaja de percibir honorarios por los servicios prestados está el discutible inconveniente de estar sujeto a demandas y necesidades del benefactor o del mecenas al que “servían”. Pero realmente ¿es o ha sido esto un obstáculo para los compositores en cuanto a sentirse libres para elaborar el producto artístico?

Si el príncipe Esterhazy no hubiese presionado tanto a Haydn ¿hubiese sido éste un compositor tan prolífico? ¿Sería el compositor que más sinfonías tiene en su catálogo (nada más y nada menos que 104 y otras 2 sin catalogar)? Así mismo, componer tal cantidad de obras le hizo enfrentarse a realidades tales como: espectadores que se dormían en el segundo movimiento de un concierto o la necesidad de descanso de músicos ante una larga temporada de conciertos que llevaron a Haydn a componer dos de sus más conocidas piezas (la Sinfonía de la “Sorpresa” y la Sinfonía de “los Adioses”).

La aversión de Jorge II hacia los violines marcó la necesidad de Haendel de componer sus Reales Fuegos Artificiales para una enorme banda militar 9 trompetas, 9 trompas, 24 oboes, 12 fagotes además de un contrafagot, 3 pares de timbales y un número no especificado de cajas.

Parte de la genialidad de muchos de los compositores que estaban a las órdenes de un rey, príncipe o bajo los dictámenes de una corte, consistía en buscar resquicios donde demostrar su calidad artística sin tener que desobedecer los deseos de sus pagadores. Se cree que Haendel “coló” en la orquesta un grupo de violines para el estreno de los Reales Fuegos Artificiales a pesar de las demandas del rey Jorge II con respecto a la orquestación. De hecho, en una versión posterior incluyó la cuerda al completo.

Pero vamos más allá.  A veces los pagadores, benefactores, censores, jefes…. no son seres de carne y hueso, sino que emergen del contexto social, histórico, de las modas o de las tendencias compositivas del momento.

Un ejemplo claro es la forma sonata.  Este esquema de composición surgido en la época de Haydn, hacía que los compositores realizasen sus obras siguiendo unas pautas muy herméticas. 

¿Cómo se desprendían de ese corsé sin que su obra se convirtiese en una más de la fábrica de sonatas? La forma más evidente era ser innovador y creativo utilizando las pocas herramientas que se permitían en esta forma compositiva, sorteando las reglas o reinterpretándolas. Y la segunda genialidad consistía en utilizar la “obertura” previa a la exposición de la sonata como laboratorio de experimentación de timbres, recursos rítmicos, esquemas armónicos, etc…

Y hoy en día tampoco ha cambiado mucho la situación, pues quién compone por ejemplo para cine, está supeditado a la imagen, a los deseos del director o de la productora. Incluso en el caso de los compositores que podríamos considerar “libres de ataduras” encontramos alguna cadena que les ata a alguien o a algo: discográficas, tendencias, modas…  Desde mi punto de vista la genialidad está en saber convivir con estas ataduras y salir airoso produciendo obras artísticas innovadoras dentro de un entorno hermético o supeditado a los deseos de personas o situaciones que desgraciadamente muchas veces no tienen en cuenta la libertad creativa.